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OBSERVATORIO SOBRE LA DESPOBLACIÓN

La desolación tras el incendio

La desolación tras el incendio

La magnitud del desastre del fuego, ha convertido a Teruel en triste protagonista de una realidad cotidiana con la que convivimos cada año. El País se hacía eco de la realidad desoladora en un magnífico reportaje que reproducimos a continuación. 

 

La carretera de Teruel que une Aliaga con Ejulve atraviesa desde hace días un paisaje de destrucción con terrenos abrasados, troncos calcinados y pinos muertos retorcidos por el calor y el humo. En medio de kilómetros cuadrados de desolación, dos náufragos igualmente desolados. "Si hubiera habido más medios esa umbría no se hubiera quemado; y esa otra también se quemó después de pasar el incendio", se queja Manuel Villarroya, de 74 años, vecino de la pedanía de La Cañadilla, que el miércoles 22 pasó uno de los peores días de su vida intentando contener, junto a su mujer, Encarna Pastor, de 66 años, las llamas que se acercaron a un metro escaso de su vivienda.

"Los hidroaviones tardaron un día en venir", se queja un vecino de Cirujeda

Esas llamas sí arrasaron un par de casas y cuatro pajares de un núcleo habitado en el epicentro del que hasta ahora ha sido el incendio más voraz del verano, el que ha quemado 7.656 hectáreas, en su mayoría de pinares, entre los municipios de Aliaga, Ejulve, La Zoma, Cañizar del Olivar y Villarluengo.

Esos días los medios no dieron abasto. Ante la falta de ayudas de otras autonomías, hubo que priorizar el ataque a los focos. Aún así, cada pueblo lo vio desde su prisma. Encarna y Manuel lo contaban desde el suyo el miércoles, tras una semana de angustia y preocupación, justo el día en que el Gobierno de Aragón dio por controlada la tragedia. "En los incendios siempre han venido de Aliaga a ayudar, y este año no les dejaban, pusieron puestos y cortaron la carretera", comenta Encarna. "Que nos ayuden, que necesitamos ayuda de verdad".

En la falta de apoyos para combatir el fuego coinciden muchos de los consultados. "Los hidroaviones tardaron un día en venir, si hubiesen estado antes se hubieran quemado 100 hectáreas, pero no 7.000", explica Ángel, de 50 años y vecino de Cirujeda, otra pedanía en peligro aquel día. Él fue de los primeros en ver el fuego. A primera hora llevó a su hijo Iván, de 20 años, al retén de Aliaga. A la vuelta vio el humo y dio aviso al 112. Pero no pudo continuar: "En una curva, las llamas cortaban la carretera y tuve que dar la vuelta como en las películas, como una fiera agarrado al volante", recuerda. A él y a sus vecinos les evacuaron esa noche, y les dijeron que habría alguien cuidando de sus casas. Pero no había equipos de extinción cuando volvieron al día siguiente al pueblecito, al que accedieron por una pista de tierra de 16 kilómetros.

Ésa es, precisamente, la principal reivindicación en Cirujeda: "Queremos otra carretera", y lo justifica: "Si se incendian las dos pinadas, nos quedamos atrapados". Una preocupación justificada durante una semana infernal en la que los focos podían reavivarse en cualquier momento. De hecho, Iván ha trabajado "más de 100 horas en cinco días". Y la evacuación del miércoles volvió a repetirse el viernes 24. "Queremos que nos declaren zona catastrófica y que lo repueblen todo", exige Ángel.

José Luis Terrado, de 58 años, cura de todo el Valle del Jarque cuenta que los evacuados no fueron muchos, poco más de 30. "Los reunieron en el polideportivo y no todos tenían familiares o amigos, pero enseguida se ofrecieron voluntarios para alojarlos en sus casas: 'yo me llevo a dos', 'a mí me caben tres'... y en 10 minutos todo solucionado".

En Aliaga no hubo peligro. Otra cosa es que el fuego hubiese avanzado en dirección contraria, porque de dirigirse a la piscifactoría, donde ahora hay una planta de biogás que almacena entre 150 y 170 metros cúbicos de combustible, "podría haber sido una catástrofe". De hecho, la primera noche la planta trabajó a pleno rendimiento para vaciar los depósitos.

Ese ritmo desesperado ha sido la tónica durante una semana. También en Cirujeda. Ramón Domingo, de 63 años, ha pasado días ayudando con una manguera a llenar cubas de agua desde un depósito de riego: "A mi edad no puedo pegar brincos por los enebros, pero en 12 minutos llenábamos un camión de 8.000 litros". El problema para él es el abandono del monte, que no se limpia.

La despoblación del campo es un problema. Y una preocupación. "Queremos ayudas urgentes", reclama el alcalde de Cañizar del Olivar, Manuel Muniesa, de 33 años, que una semana antes se pasó dos días seguidos peleando contra el fuego. Para él, los problemas tienen nombres y apellidos. Los gestores del camping han perdido todas las reservas del verano -"oyen lo del incendio y se piensan que se ha quemado todo el pueblo"-; la planta de agua mineral ha corrido peligro y el ganadero no tiene pastos para el verano. Y esos problemas traen otros más duraderos: "Si no se pueden mantener los puestos de trabajo y se van dos familias de pastores seguramente nos cierren el colegio".

Muniesa no olvida que sus vecinos estuvieron tres noches evacuados y critica la descoordinación -"nos enteramos por Internet de que podíamos volver"- pero reconoce que la situación fue grave: "Yo quiero lo primero para mi pueblo, pero había incendios en toda la provincia".

En todo el valle son conscientes de que la situación era excepcional, aunque reclamen más coordinación. El miércoles 22, Manuel Villaroya huyó del fuego hacia Ejulve. A las siete de la tarde regresaron dando un rodeo de decenas de kilómetros. "Si no hubieran llegado...", recuerda Manuel, "el fuego se iba apoderando de todo; íbamos echando agua con las mangueras, hasta que se agotó el agua del depósito". Ya veían su hogar ardiendo, hasta que a las diez de la noche llegó una cuba y un retén que les ayudó a contener el fuego.

"Si nos ayudaran a limpiar el monte se repoblaría poco a poco", se lamenta Encarna, "es una lástima, porque venía la gente de Madrid; cogían rebollones, toda clase de setas, poleo, té... de todo, venían a coger de todo. Pero este año no saldrán, ni al otro, ni al otro, ni al otro...".

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