NOS QUEDAMOS SOLOS
Leemos un magnífico artículo de Paco Antón en La Opinión de Zamora todo un ejemplo de la realidad que vivimos en la España interior, y que es perfectamente extrapolable a otros muchos territorios, como el caso del interior de Teruel. Todos hemos oído decir muchas veces, que otro "gallo nos cantaría", si la Semana Santa durase todo el año.
Acabó la Semana Santa y nos hemos vuelto a quedar solos. O casi. Yo creo que el domingo se han ido de Zamora más de los que vinieron. Después del bullicio y de las aglomeraciones de estos días, hay pueblos que parecen desiertos y calles de la capital por las que no se ve un alma. Bueno, quizá exagero, pero ésa es la sensación después de tanto evento procesional y de tanto gentío por el centro de la ciudad y también por los barrios de la periferia, donde incluso aparcar el coche ha sido empresa difícil. Dicen los que saben de estas cosas, que durante los días grandes de esta semana la capital acoge a unas 300.000 personas, lo que supone multiplicar por cinco la población habitual. De la provincia no suelen ofrecerse datos comparables, pero lo cierto es que en estas fechas vuelven a sus raíces más hijos y nietos del pueblo que durante el verano. Normal, si es verdad lo que dicen los datos estadísticos: que hay ya más zamoranos fuera de su tierra que residiendo en la propia provincia. Así que ahí está la primera explicación de por qué recibimos tantas visitas en estos días, sin que ello suponga restar atractivo alguno a la Semana Santa zamorana, ni pretenda tampoco aguarle la fiesta a los contadores oficiales de turistas ni a los que promocionan la ciudad y la provincia.
El caso es que nos vamos quedando solos, que cada vez somos menos y que ahí no para la sangría humana. Se afanan las administraciones, o eso dicen, en confeccionar planes contra la despoblación de estas tierras de interior, en poner dinero a espuertas para que el personal no se vaya a Madrid y a Cataluña y en idear incentivos para que vuelvan algunos de los que se marcharon e incluso para que vengan de otras regiones. Pero se ve que no, que la gente sabe discernir todavía entre el corazón y la cartera, por lo que sale pitando hacía la periferia rica en busca de los garbanzos, abre tenderete donde los encuentra, y reserva la Semana Santa y las Navidades para darle gusto a los sentimientos. Primero, la obligación. No cuajan las políticas contra la despoblación del Gobierno autonómico, los planes especiales del Gobierno central para hacer atractivas estas tierras ni los discursos optimistas de algunos agentes sociales. Y no hay trazas de que el futuro inmediato sea distinto a los últimos cincuenta años.
Nos lo acaba de vaticinar el Instituto Nacional de Estadística, que de esto sabe un rato. En el próximo decenio, España tendrá cerca de tres millones más de habitantes, ya que de aquí a 2017 casi todas las autonomías aumentarán su población de forma notable, excepto cuatro de ellas. Y en la excepción estamos nosotros, está Castilla y León, que encabeza ese cuarteto de comunidades que verán mermado su padrón con unas previsiones de escándalo: en esos diez años la región puede llegar a perder más de cien mil habitantes, con lo que bajaremos de esos mitificados 2,5 millones de almas que ahora tenemos. Pintan bastos una vez más. Y ya se pueden imaginar qué provincias de la comunidad bicéfala -no piensen en Burgos o en Valladolid, desde luego- seguirán sufriendo en mayor medida esta despoblación (que es desbandada también, pero sobre todo crecimiento vegetativo negativo, por muchos cheques-bebé y demás subvenciones que repartan los políticos). Palabrería sí le echan, pero no dan con las medidas idóneas. Van a tener que escurrirse la sesera más todavía. Si en Zamora lo de crear fábricas, polígonos y esas cosas que dan trabajo no resulta -que parece que no-, está claro dónde está el filón y cómo explotarlo: que la Semana Santa se celebre durante todo el año.
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