ADIÓS A DELIBES
Dejamos aquí nuestro pequeño homenaje al genial Miguel Delibes. Nadie como él supo narrar y contar la verdad del medio rural. El artíuclo de Jesús Bombín en el Diario EL NORTE DE CASTILLA retrata al genio y al ecologista.
Concebía el progreso como aspiración humana razonable, pero con severos límites que no destruyesen las relaciones entre hombre y naturaleza. Intuyó y denunció las primeras agresiones al medio ambiente y las convirtió en mal augurio de lo que sucedería en años venideros con acierto casi profético. Y lo hizo en una época en la que este asunto aún no había encontrado acomodo en la agenda de la sociedad, de los medios de comunicación y, aún menos, de los políticos. Cuando en 1975, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, Miguel Delibes, disertó sobre ’El sentido del progreso desde mi obra’, se abrió una novedosa ventana de alerta social. Una circunstancia que, en opinión de Javier Gutiérrez, miembro de Ecologistas en Acción de Valladolid, «tiene mucho mérito, pues fue valiente decir lo que dijo y ante quien lo dijo, en unos tiempos en los que no existía la preocupación actual por la protección del medio ambiente y la mayoría social no se sentía concernida».
Sin embargo, antes de ese discurso, que en 1979 se editaría bajo el título ’Un mundo que agoniza’, el intelectual vallisoletano ya había dejado huellas de su desasosiego por el maltrato a la naturaleza, por los problemas de un mundo rural donde comienza a atisbarse el declive, la despoblación. «En esa época -afirma Gutiérrez- podríamos decir que sus inquietudes se parecen mucho a las de los naturalistas estadounidenses de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ya en alerta ante los peligros que acechan al entorno natural».
En cambio, aprecia un viraje esencial en los planteamientos que el escritor vallisoletano esboza en ’Un mundo que agoniza’ a partir de sus citas a autores como Lester Brown, -que ya prevenía sobre la sobreexplotación de los mares-, Erich Fromm, Roberto Rosellini y otros intelectuales que expresaron entonces sus temores ante la degradación progresiva. «A partir de ahí podemos considerar que Delibes es precursor, con un discurso muy valiente en la RAE, de los problemas no sólo naturalistas sino medioambientalistas, que tutela muy bien alrededor de la idea de progreso».
Repara Javier Gutiérrez en que años después el escritor da continuidad a esa preocupación ensayística por el medio ambiente con la publicación, junto a su hijo Miguel, de ’La tierra herida’ bajo el subtítulo ’Qué mundo heredarán nuestros hijos’, un texto premonitorio en el que pasa revista a las amenazas ambientales que atenazan al planeta.
Este discurso no sólo ha resistido el paso del tiempo, sino que ha venido a confirmar los peores augurios, porque, sostiene Gutiérrez, «hoy se conoce más sobre esos problemas, pero el embrión de lo que eran estaba ya perfectamente dibujado en su pensamiento, se anticipó a su tiempo».
Más allá del anticipado aviso que hace como hombre de campo, el ex portavoz municipal de Izquierda Unida abunda en el convencimiento de que Delibes era un pesimista con argumentos. «El tiempo le ha dado la razón, porque ante todo estaba bien informado, que es lo importante».
Si en ’La Tierra herida’ ya bosquejaba la preocupación por el cambio climático, no sólo ha tomado forma el mundo sucio que vaticinaba, sino sus devastadores efectos. «Lo curioso es que expresaba su idea medioambiental con mucha visión de interrelaciones en el sentido de que los problemas estaban conectados unos con otros; -observa el portavoz de Ecologistas en Acción- Cerraba ciclos y empezaban a preocuparle las consecuencias en cadena de lo que estábamos y estamos haciendo mal».
En el enunciado de responsabilidades por las agresiones al medio ambiente, no faltaba en su discurso la alusión a los economistas. «Sí, nos trataba un poco mal y con razón, seguramente», admite Gutiérrez, profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de Valladolid. «Por aquella época en Estados Unidos estaba alumbrándose la economía ecológica, que a España no había llegado todavía. Y a los economistas se los asimilaba entonces con dinero, generación de riqueza y crecimiento, y él rechazaba de plano que eso se vinculase con la idea de progreso; tenía razón».
En esa tesitura medioambientalista, el endeudamiento y la economía financiera casaban mal con el criterio de utilización razonable de los recursos naturales. «La parte de la economía financiera y monetaria la tenía enfilada», apunta Javier Gutiérrez, apreciando que es en este punto donde más contraponía y cobraba visibilidad la idea de hombre sencillo frente a la sofisticación de las exigencias del capitalismo. «Contra ideas como crecimiento exponencial, avaricia y todos esos conceptos dominantes en la economía, surgieron algunos que empezaban a decir que había que pararlo, entre ellos Delibes, pero aún era muy minoritario e incipiente ese movimiento».
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