Pueblos que se quedan sin vecinos en Málaga
Leemos en la edición digital de MALAGA HOY una noticia que sorprende, por cuanto que habla de una realidad sobre la despoblación andaluza, que dista mucho de la que se vive en otras autonomías, y en concreto en los casos aragoneses, con municipios minúsculos.
La despoblación sigue siendo uno de los graves problemas que sufren numerosos municipios de la Serranía de Ronda. Muchos de ellos no alcanzan los 1.000 habitantes y seis, Alpandeire, Atajate, Benadalid, Cartajima, Faraján y Júzcar, no alcanzan los 300 habitantes. Especialmente llamativo es el caso de Atajate que, con unos 170 habitantes en su censo, es uno de los municipios más pequeños de Andalucía. Además, su tamaño sería mucho menor si atendemos a las personas que realmente viven de forma permanente en sus casas. "Aquí no somos más de 100 personas", decía una vecina que lleva ya 50 años viviendo en esta pequeña localidad, que reconoce que en algunos momentos la vida es un poco monótona pero que no piensa cambiar de lugar de residencia.
A pesar de todo, durante los meses de verano se anima un poco el ambiente en las calles cuando llegan algunas familias que tuvieron que emigrar de estos pueblos para buscar trabajo durante los peores años de la dictadura franquista. "Ahora ha venido una tía mía y otra familia de Murcia", comenta Julio, uno de los vecinos más jóvenes de Atajate que ha optado por quedarse a vivir en su pueblo. "Aquí estoy tranquilo y Ronda está muy cerca, el único tema es tener coche", dice mientras se prepara para ir a la ciudad del Tajo a realizar la compra semanal. Unos 20 minutos de camino le esperan hasta llegar a la cabecera de la comarca. No obstante, será en el mes de agosto cuando más emigrantes vuelven al que fue su pueblo. "Muchos ahora ya solo vienen para la Feria", explica este vecino.
Mientras tanto, a pesar de aumentar durante unos meses la actividad en estas localidades, pasear por sus calles se convierte en la mayoría de los casos en un andar solitario. Únicamente el movimiento en algunas de las persianas o cortinas que cubren la gran mayoría de las puertas descubre la presencia de vecinos. Las sillas vacías en la calle, a la espera de que lleguen sus propietarios con la llegada de la tarde y el fresco de la sierra, es otro de los elementos que demuestran que no estamos en un pueblo fantasma. Tal es la tranquilidad que descubrir el jaleo de un grupo de chavales jugando al fútbol llega a sorprender.
Eso sí, la mayoría de los habitantes de estos pequeños pueblos lo tienen claro. "Yo estoy muy bien aquí, no tengo pensado irme", afirma rotunda otra joven vecina de Benadalid. Sus palabras son ratificadas casi de forma inmediata por su tía, que en estos meses de verano ha regresado desde Barcelona, ciudad a la que se marchó con 20 años. "Aquí se está muy tranquilo, todos los vecinos son muy buenos", dice, aunque reconoce que ya le cuesta adaptarse a la vida de esta pequeña localidad de poco más de 200 habitantes. "En verano lo llevo bien, pero en invierno no puedo, porque aquí no se ve a nadie por la calle", relata.
Otros siguen amando la forma de vida en estos pueblos, donde el tiempo no suele ser un problema para la mayoría de los vecinos, muchos de ellos ya jubilados. "Dónde se puede salir de la casa y tener el huerto en la puerta para preparar la comida con verduras frescas", explica otra vecina de Atajate mientras su marido, Antonio Carrasco, riega el pequeño huerto que tienen a las espaldas de su casa. Calabazas, tomates, pimientos, cebollas…, todo natural y cultivado por ellos mismos.
Mientras tanto, la grave crisis económica, aunque pueda parecer increíble y sin quererlo, ha dejado un aspecto positivo en estas pequeñas localidades que están muy faltas de parejas jóvenes. "Ahora se casan y se quedan en el pueblo, porque no tienen otro sitio para irse", explica una vecina de Benadalid. Y es que aquí la familia y la ayuda entre los vecinos siguen teniendo un papel muy importante. La construcción en la costa prácticamente está parada, y ese era el destino de la mayoría de estos jóvenes que buscaban un futuro prometedor y bien remunerado fuera del ámbito local.
La vida casi familiar en estos pequeños pueblos también tiene sus inconvenientes, y es que los pocos comercios que subsisten lo hacen a duras penas, como reconoce Josefa Tellez, que a sus 78 años de edad pasa horas sentada en la silla de anea de su tienda esperando "que llegue algún niño por un caramelo". Mientras tanto hace ganchillo para hacer más llevadera la espera. A pesar de las dificultades su tienda subsiste, y es que tiene la única panadería del pueblo, que todavía utiliza leña para calentar su horno. Ahora es su nieto el que se encarga de esa tarea. Es uno de los pocos jóvenes del municipio. A pocos metros está cerrado el local de la otra tienda de ultramarinos que durante unos años abrió sus puertas.
Pero sus pocos habitantes y el pequeño tamaño también tienen un atractivo especial. Sobre todo entre los foráneos, que tienen estos pueblos blancos de la Serranía rondeña como uno de los destinos preferidos para el descanso en alojamientos rurales. Y es que los fines de semana el bullicio lo provocan los visitantes, que buscan alguna de estas casas o los muchos restaurantes tradicionales que existen. Atajate, por ejemplo, a pesar de su minúsculo tamaño reúne hasta tres de ellos. No es el único caso, la mayoría de estos municipios cuentan con numerosas casas rurales de alquiler y restaurantes, que se han convertido en un modo de vida para algunos de sus vecinos.
A pesar de todo, la pervivencia de estos pueblos sigue siendo una incógnita para muchos de sus propios vecinos, aunque muchos de ellos lo tienen claro. "Siempre quedará alguien que viva aquí", pone de manifiesto María, vecina de Atajate.
A pesar de todo, durante los meses de verano se anima un poco el ambiente en las calles cuando llegan algunas familias que tuvieron que emigrar de estos pueblos para buscar trabajo durante los peores años de la dictadura franquista. "Ahora ha venido una tía mía y otra familia de Murcia", comenta Julio, uno de los vecinos más jóvenes de Atajate que ha optado por quedarse a vivir en su pueblo. "Aquí estoy tranquilo y Ronda está muy cerca, el único tema es tener coche", dice mientras se prepara para ir a la ciudad del Tajo a realizar la compra semanal. Unos 20 minutos de camino le esperan hasta llegar a la cabecera de la comarca. No obstante, será en el mes de agosto cuando más emigrantes vuelven al que fue su pueblo. "Muchos ahora ya solo vienen para la Feria", explica este vecino.
Mientras tanto, a pesar de aumentar durante unos meses la actividad en estas localidades, pasear por sus calles se convierte en la mayoría de los casos en un andar solitario. Únicamente el movimiento en algunas de las persianas o cortinas que cubren la gran mayoría de las puertas descubre la presencia de vecinos. Las sillas vacías en la calle, a la espera de que lleguen sus propietarios con la llegada de la tarde y el fresco de la sierra, es otro de los elementos que demuestran que no estamos en un pueblo fantasma. Tal es la tranquilidad que descubrir el jaleo de un grupo de chavales jugando al fútbol llega a sorprender.
Eso sí, la mayoría de los habitantes de estos pequeños pueblos lo tienen claro. "Yo estoy muy bien aquí, no tengo pensado irme", afirma rotunda otra joven vecina de Benadalid. Sus palabras son ratificadas casi de forma inmediata por su tía, que en estos meses de verano ha regresado desde Barcelona, ciudad a la que se marchó con 20 años. "Aquí se está muy tranquilo, todos los vecinos son muy buenos", dice, aunque reconoce que ya le cuesta adaptarse a la vida de esta pequeña localidad de poco más de 200 habitantes. "En verano lo llevo bien, pero en invierno no puedo, porque aquí no se ve a nadie por la calle", relata.
Otros siguen amando la forma de vida en estos pueblos, donde el tiempo no suele ser un problema para la mayoría de los vecinos, muchos de ellos ya jubilados. "Dónde se puede salir de la casa y tener el huerto en la puerta para preparar la comida con verduras frescas", explica otra vecina de Atajate mientras su marido, Antonio Carrasco, riega el pequeño huerto que tienen a las espaldas de su casa. Calabazas, tomates, pimientos, cebollas…, todo natural y cultivado por ellos mismos.
Mientras tanto, la grave crisis económica, aunque pueda parecer increíble y sin quererlo, ha dejado un aspecto positivo en estas pequeñas localidades que están muy faltas de parejas jóvenes. "Ahora se casan y se quedan en el pueblo, porque no tienen otro sitio para irse", explica una vecina de Benadalid. Y es que aquí la familia y la ayuda entre los vecinos siguen teniendo un papel muy importante. La construcción en la costa prácticamente está parada, y ese era el destino de la mayoría de estos jóvenes que buscaban un futuro prometedor y bien remunerado fuera del ámbito local.
La vida casi familiar en estos pequeños pueblos también tiene sus inconvenientes, y es que los pocos comercios que subsisten lo hacen a duras penas, como reconoce Josefa Tellez, que a sus 78 años de edad pasa horas sentada en la silla de anea de su tienda esperando "que llegue algún niño por un caramelo". Mientras tanto hace ganchillo para hacer más llevadera la espera. A pesar de las dificultades su tienda subsiste, y es que tiene la única panadería del pueblo, que todavía utiliza leña para calentar su horno. Ahora es su nieto el que se encarga de esa tarea. Es uno de los pocos jóvenes del municipio. A pocos metros está cerrado el local de la otra tienda de ultramarinos que durante unos años abrió sus puertas.
Pero sus pocos habitantes y el pequeño tamaño también tienen un atractivo especial. Sobre todo entre los foráneos, que tienen estos pueblos blancos de la Serranía rondeña como uno de los destinos preferidos para el descanso en alojamientos rurales. Y es que los fines de semana el bullicio lo provocan los visitantes, que buscan alguna de estas casas o los muchos restaurantes tradicionales que existen. Atajate, por ejemplo, a pesar de su minúsculo tamaño reúne hasta tres de ellos. No es el único caso, la mayoría de estos municipios cuentan con numerosas casas rurales de alquiler y restaurantes, que se han convertido en un modo de vida para algunos de sus vecinos.
A pesar de todo, la pervivencia de estos pueblos sigue siendo una incógnita para muchos de sus propios vecinos, aunque muchos de ellos lo tienen claro. "Siempre quedará alguien que viva aquí", pone de manifiesto María, vecina de Atajate.
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